viernes, 2 de diciembre de 2011

¿UCaPP? No, gracias

Hace unos días, leí el artículo de Miryam Narváez sobre autonomía. Lo empecé con cierto desgano, prejuiciando liviandad en la conceptualización de términos bastante relativos en un mundo donde la verdad no existe... Pero su lectura abofeteó mi prejuicio: una muy recomendable y clara definición de conceptos tan relevantes en nuestra tarea y, sin embargo, no lo suficientemente presentes -al menos en mi experiencia- en los ámbitos donde decimos y hacemos.
Sin embargo, usamos y ab-usamos de esos términos con llamativa simpleza: Autonomía... no me vengan a decir lo que tengo que hacer. Libertad... estudien para elegir con (más) libertad lo que quieran ser en la vida; el saber los hará libres. Voluntad... lo que le falta a los que no quieren estudiar. Autoestima... si no me amo, no puedo amar a los demás. Aprender a aprender... un slogan de fines de siglo que algunos dan por superado. Aprender a vivir... pregúntenle a los psicólogos.
Por tomar como ejemplo solo un "principio" de este buen manifiesto de para qué enseñar: 
(El objetivo de la autonomía) implica el fortalecer, en nuestros alumnos [¡y en nosotros los adultos!], su capacidad para "saber gobernar inteligentemente su vida emocional".
No suena original, suena más bien anticuado, sacado de un libro de rancia moral. Sin duda está muy contraindicado por los (contra)valores que proponen la "televisión de masas" y la "sociedad de pares". Y por esto último, volver a plantearlo, resulta casi... revolucionario.        

***

Para un viaje de media hora en ómnibus me imprimí el "Por qué Juanito y Juanita no pueden leer..." de Mark Federman (porque soy de los alfabetizados que no les agrada leer un rato del monitor). Al contrario de lo que me pasó con el artículo anterior, fui con mucha curiosidad a leerlo, con la expectativa de hallar alguna reveladora "pieza de rompecabeza" para entender más sobre qué les pasa a los jóvenes alumnos en las aulas.
Muy entretenido, muy seductor el enfoque, impactante. Pero, después de un rato de haberlo terminado, se me empezó a descascarar el planteo, y a resultarme... peligroso.
Su gran gancho es dar una respuesta a esa desconexión que vemos y sentimos en numerosos estudiantes (¿la mayoría?), que nos pone tan perplejos. Cada vez más sentimos un abismo año a año más profundo entre "ellos" y "nosotros". "Nunca fue tan terrible como este último año" son comentarios de colegas que uno escucha en estos fines de año. Parecemos los colonizadores que debemos incorporar a esos bárbaros a nuestra cultura... o los antropólogos que debemos interpretar y entender por qué actúan así esos indígenas que han convertido de pronto "nuestras" aulas en sus tierras que nosotros debemos (¿debemos?) (re)conquistar. 
Entonces, el diagnóstico de que nuestros estudiantes jóvenes se hallan en un mundo distinto al nuestro, parece cuadrar o sintonizar bien con esa sensación desoladora, y podría tranquilizarnos un poquito. Pero, el autor propone algo mucho más inquietante: ellos sí se hallan bien insertos en el mundo que está siendo, mientras que nosotros todavía nos aferramos tercamente al mundo que está dejando de ser (a no ser que nos adaptemos y ese mundo nuevo nos adopte como a hijos huérfanos de un mundo que está muriendo. Qué feo.
¿Entonces nuestros valiosos contenidos (valores, conceptos, procedimientos, experiencias de vida) no son más que reliquias de un pasado, que no tienen más valor que para los "arqueólogos de saber"?
¿Adaptarse sería vestir, arropar de hipercomunicablidad y de instantaneidad esos contenidos? ¿O cambiar nuestros viejos contenidos y certezas por...? ¿Qué cosas habría para enseñar formalmente en este nuevo mundo? ¿Las "carcelantes" aulas tradicionales se estarían extinguiendo, a la vez que emergen nuevas aulas modeladas por las "redes sociales"?
La escuela formal, como todas las instituciones, sufren sus deterioros, sus vaciamientos de contenido, sus excesos, sus hábitos viciosos... como también sus revisiones, sus renovaciones, sus innovaciones. ¿Sus objetivos siguen siendo válidos, siguen vigentes en este mundo hipercomunicado e inmediato?
El autor asume como un hecho -ni bueno ni malo- que ahora tenemos un mundo "ubicuamente conectado y de proximidad omnipresente", en el que los jóvenes nadan como peces. ¿Cómo es la vida de estos peces? ¿Conectados a la instantaneidad del último comentario o aceptación o invitación o foto? ¿Mirando todo el tiempo (lieralmente) la pantalla para enterarse sin retraso de la última novedad? ¿Protegidos e inmersos en una nube de música zumbante?
¿Vivir ubicuamente conectado y en proximidad omnipresente es algo tan inevitable e irrenunciable como respirar? ¿No hay alternativa ni opción?  
¿Es cierto que un mundo se desploma y emerge otro, y que hay que "pegar el salto" a riesgo de quedar atrapado y "fuera del mundo"? ¿El mundo de jugar en la verdeda cedió al mundo del videojuego?
El último párrafo dice que, en este nuevo mundo "ya no podemos aceptar la autoridad por intermediación". Yo trabajo de intermediario entre la familia y el estudiante, y entre el saber científico y el saber del estudiante. ¿Me quedaré sin trabajo porque ya no me aceptarán?
También dice que "ahora debemos aprender a pensar por nosotros mismos, un objetivo pedagógico mucho más importante y más crítico que simplemente aprender a leer." ¿Qué alcance tienen estas afirmaciones? ¿Pensar por nosotros mismos es prescindir de otras personas y textos que, por intermediarios, ya no merecen ser tenidos en cuenta? ¿Aprender a entender y procesar (y reflexionar a partir de) textos escritos de todas las épocas y culturas; acceder a la sabiduría más sublime, a las grandes cuestiones que acompañan la vida humana y trascienden una época y una cultura, y a las respuestas a esas cuestiones... es un simple y secundario objetivo, y talvez obsoleto, comparado con el de aprender a pensar por si mismos viviendo ubicamente conectados y en proximidad omnipresente?

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